lunes, 14 de marzo de 2016

La tristeza tiene nombre de pasado.

Vivo en un charco de mierda
que espanta a los cerdos.
Todo lo que puedo hacer aquí
es revolcarme
y soñar que algún día
lloraré
y las lágrimas me limpiarán el alma.

Por suerte,
el que llora el último,
llora solo,
y no tiene por qué mostrar
su fortaleza.

Vivo en un charco de mierda
movediza,
pero aquí nadie te echa la cuerda
que siempre salva al protagonista.
Me he hundido tanto
que ya sólo sé caminar
en el infierno,
que el cielo me parece absurdo
y la tierra,
el lugar de los superfluo.

Por suerte,
el que ríe último
tiene la posibilidad de decidir
no hacerlo.

Vivo en un charco de mierda seca
donde soy yo la que apesto,
donde me he construído unas paredes
a las que a veces doy puñetazos,
fracturándome la esperanza.
Me he roto en tantos pedazos,
que se me han perdido.
Soy el fuego que ha hecho arder el charco
y se ha convertido en cenizas de mierda.
Una leyenda, que ahora pulula por el aire
por si encuentra un lugar donde caerse muerta.

Por desgracia,
el que no sabe reír solo,
tampoco sabe llorar acompañado.

Vivo en un charco de mierda
y me estoy apuntando con un arma
desde fuera.

lunes, 7 de marzo de 2016

Llueve dentro.

Qué puedes contarme de la lluvia,
tú que paseas descalza sobre piedras de gelatina,
tú que has mirado a la muerte de frente
y te has reflejado en sus ojos,
tú que aprendes a sobrevivir cuando todas las cartas están echadas,
tú que has sido más tiempo poeta que valiente,
dime:
¿qué opinas de ver el agua surcar la tierra y llenarla de flores?

Me duele ver caer las gotas por la ventana,
desprecian que se dirigen a su fin.

(Quizá es eso,
vivir despacio
y morir rápido.
Que nos dé tiempo
a tejer un camino.)

Una gota se desliza,
otra borra su huella.
Y todas se unen allí,
donde el sonido del mar se hace intangible,
donde la muerte grita demasiado fuerte.