lunes, 25 de mayo de 2015

Labios secos.

Tengo miedo de morder la manzana prohibida
a la que hay que dar la vuelta para llegar a tu puerta.
Tengo miedo de mirarte enajenado y olvidarte después,
cuando tus pasos me lleven al crematorio.
Tengo miedo de ser fuerte por ti, vencer a tus gigantes mancos
y destruir las naves descoloridas que pasean libres por mi mente gris.
Tengo miedo de vivir la pérdida de un amor ocre,
del juguete mohoso que se guarda en un cajón con llave
-con la llave dentro-,
e intenta abrir el alma cerrada con horquillas oxidadas.
Tengo miedo de verte sonreír y caerme al vacío,
y que llores mi ausencia desde el balcón de los poetas suicidas,
y que temas perderte y perderme luego.
Tengo miedo a que me llames vida y no sea capaz de ahogarme en tu mundo,
a que salga nadando por tus lágrimas, tranquilo, y no consiga mantenerme a flote.
Tengo miedo a que tus uñas recorran mi cuerpo con tanta ansia
que dejen una herida en la esquina izquierda de mi pecho
que ni siquiera tus besos sean capaces de desinfectar.
Tengo miedo de me cures y sea incapaz de volver a estar triste
y mis hojas se queden blancas, y mi inspiración se vacíe de ti.
Tengo miedo de ser ese parche en tu ojo morado
tras la paliza de tus vaivenes locos.
Tengo miedo de que me ames como un niño inocente al padre que lo abandonó,
como una nube de lluvia ácida que amarga mi piel bronceada
por esos días que pasé junto a tus vivas flores.
Tengo miedo de amarte y que tus olas me revuelquen por la arena mojada de tus piernas
y olvidarme de cómo se puede respirar fuera de tu inmenso mar.

Te tengo miedo y me tengo pánico.

Te tengo lejos y me tengo solo.

lunes, 18 de mayo de 2015

Esa de allí soy yo.

Soy el niño travieso que siempre tropieza con la misma esquina de la misma mesa,
el que se ensucia mil veces las manos jugando en el barro seco
y duerme intranquilo porque mañana no podrá comer pasta mustia.

Soy ese blanco roto que da color a los manteles sangrientos de las bodas.
ese azul ridículo del mar dulce que se esconde entre dos valles rojos.
Soy alcohol en la herida del corazón vendado por los ojos negros,
arte en las galerías subterráneas por donde pasan trenes de bajo coste.
Soy miel salada en un enjambre de abejas muertas
y discos de vinilo en el año tres mil dos.
Soy verano cuando es invierno en el resto del mundo
y siempre voy nublada cuando la lluvia me quema los pies.
Soy un mago ciego que tiene miedo de no oír bien sus manos
cuando alguna pitonisa le echa las cartas
-a la cara-,
y duda entre esquivar picas, tréboles, rombos o corazones magullados.

Soy una cala musical porque me falta ser,
y allí tomo el sol mientras el viento se lleva el dolor.
Soy la pintura de una puerta oxidada a contrarreloj,
la respuesta entrecortada de un enamorado que habla por teléfono con el olvido,
el olor, el sabor y el tacto en un anciano con dientes de leche y orgullo de león.
Soy el negro infinito que nos muestran los párpados cuando el mundo se apaga
y la luz azabache que persigue a la sombra de Dios.

Soy esa que halla el consuelo en la libertad de los pájaros mutilados
y camina sobre una línea torcida a dos palmos de la vida y a uno de la muerte.

domingo, 10 de mayo de 2015

Las curvas del diablo.

Su boca era un avispero de sueños por cumplir
que al caer estallaba en dulces mariposas rojas.
Sus ojos aspiraban el mundo descalzo
-sí, lo aspiraban barriendo su dolor-
y realizaban un disparo certero entre mis cejas negras.
Su sonrisa provocaba la caída al vacío 
de las piedras de mi desfiladero,
prometiendo noches de cuidados enfermos y caricias de miel.
Sus manos eran magia en un niño incrédulo,
labios de bocas que buscan besarse sin hacerlo,
mar en las tímidas noches de invierno y café.
Sus dedos sabían leerme en braille,
y eso que yo estoy hecha de líneas.
Su cuerpo, la expulsión directa del infierno,
y el castigo de aquel que sabe que la luna
nunca entrará por el balcón de las mascotas muertas
ni valdrá como vicio en una reunión de escritores mancos.

Verla era pensar con la mano izquierda en misa
y esperar a que, lamiendo mis dedos,
sus páginas me pasaran a mí.

viernes, 1 de mayo de 2015

Sombras de cartón.

El camino empedrado de colillas heladas
se halla ensangrentado y sediento.
Busco el trébol de ocho hojas
-todas podridas-
que dibuje un mar en mis ojos
y abra esta jaula de mimbre vacía.

Muertos con órganos de papel,
salud pobre de rico sin recursos,
Dolor superfluo en árboles de piedra,
Vivos desesperanzados con las canciones equivocadas.
Levanto las manos para que deje de llover,
y ahora truena.

El espejo roto de mi alma descosida
une los cristales desamueblados.
Las manzanas amarillas devoran el tiempo
que pasea libre clausulando la vida
y las nubes volátiles de humo negro
soplan cansadas melodías grises.

La vida es una bomba de oro macizo,
cuyo cronómetro siempre marcará cero.