martes, 6 de diciembre de 2016

Mi nombre.

                           "En verdad, quien no vive nunca a tiempo,
                           ¿cómo va a morir a tiempo?
                        ¡Ojalá no hubiera nacido jamás!
                         Esto es lo que aconsejo a los superfluos."
                                              -Nietzsche.

No quiero nada que lleve mi nombre. No quiero un ropero que no tenga perchas ni un tigre blanco que no sepa saltar por aros de fuego. No quiero subir la montaña si luego tengo que bajarla a golpes, ni tropezarme si no voy a caer de pie.

No quiero nada que lleve mi nombre. No quiero enfermar si sé que voy a morir, ni llorar si no me ahogo en mis lágrimas. No quiero asumir que la belleza del paisaje no es suyo, ni que la paz empieza cuando la guerra acaba.

No quiero nada que lleve mi nombre. No quiero que la realidad supere a la ficción. No quiero no saber distinguir ambas.

No quiero que nada lleve mi nombre. No quiero los cadáveres sin gusanos, ni los perros sin garrapatas. No quiero coches sin barro, ni sueños sin alarma. No quiero otro dulce que no se llame fracaso ni otra magia que la de reconocerme.

No quiero nada que lleve mi nombre. No quiero la familia, ni los estudios, ni los amigos, ni los enemigos, ni las casas, ni los coches, ni el sol, ni la luna, ni las estrellas, ni la vida. No quiero merecerlas.

No quiero que nada lleve mi nombre. No quiero no saber la diferencia entre lo que vivo y lo que sueño, ni entre lo que pienso y lo que ocurre. No quiero no saber diferenciar entre lo físico y lo emocional, ni entre lo que me debe hacer reir y lo que me debe hacer llorar. No quiero asustarme. No quiero reconocer la locura cuando la veo. No quiero verla dentro.

No quiero nada que lleve mi nombre y, sin embargo,

lo lleva.