martes, 21 de julio de 2015

Diana.

Estoy tejiendo mi corazón de ceniza.
Los hilos metálicos se resbalan de las agujas oxidadas.

He olvidado el movimiento de tus caderas
y ya no sé qué ritmo llevan mis manos.

La silla de mimbre en la que me siento
me deja su marca en los muslos,
y duele
-quizás aprendió de ti-.

Si
go

te
jien
do.

Pongo trozos de un trapo sucio encima de las heridas
y clavo la aguja, atravesando el corazón de cuajo.

Ahora es de color blanco,
y no por infección,
sino porque siempre fue usado
como el blanco perfecto de los disparos.

miércoles, 8 de julio de 2015

Resistencia de paja.

He olvidado la utilidad de los aeropuertos.

He olvidado lo que significa pasar frío
-y que me abracen-.

He olvidado cuanto dura tarde,
porque ya ni siquiera llego.

He olvidado el olor fresco de las flores
y el sabor verde de la menta.

He olvidado brillar cuando se hace de noche
y ya no me dejan ser estrella.

He olvidado rezar con las manos juntas,
a la espera de que vengas a rellenar el hueco.

Ya no creo en nada que no sea yo misma,
y así me va,
que tengo que esconderme entre las rocas
cuando tengo una ausencia.

Y es que me tengo a mí.
pero no a mí
ni tampoco a mí.
Y me pierdo.
Y me olvido.

domingo, 5 de julio de 2015

Destruyendo mis trozos.

Pienso que abrazar a alguien
es algo así como arreglar
los siete años de mala suerte
que te regalaron al partir
el espejo del baño.

Vuelve a soldarte la espalda,
y ya no eres tan frágil,
eres la bala que se queda en la recámara
para los momentos (in)oportunos.

Y de pronto el silencio
se convierte en tú y yo
de espaldas,
sin nada más que decir
que mi juego de manos
sobre tu cintura.

Entonces me vuelvo otra vez frágil,
rota,
y veo caer mis pedazos
a través de ti.
Y te arañan.
Y te cortan.
Y te dañan.
Y sangras.

Y no nos queda más remedio
que volver a recurrir a la poesía.