Creo en la suerte.
En la mala.
Sobre todo.
Siempre jugaba conmigo
y, aunque a veces no,
se que solía dejarse ganar.
Siempre buscaba en los rincones
para encontrar tiempo para mí.
Siempre su deporte favorito
era el mío
-se que nunca te gustó-.
No era fan
de ponerme los mejores cubiertos
pero siempre me dejaba
el mejor plato.
Siempre me protegía
de mi misma
cuando no entraba en razón.
Siempre lo cuidé
y supe como traerlo
de vuelta a casa
sano y salvo
aunque a veces
no supiera cómo.
Siempre rezábamos
hasta altas horas de la noche
mediante confidencias amorosas
que nos quitaban el sueño.
Siempre estábamos
haciendo volar nuestra imaginación
con castillos de arena
que terminaban enterrándonos.
Siempre has abrazado
todo lo que he temido
-y ahora no puedes abrazarte-.
Siempre has apoyado
todo lo que yo no he dicho
porque siempre has entendido
mi silencio.
Siempre nos enfadábamos
con vistas a la reconciliación,
era volver a nuestro cuarto
y saber que no había pasado nada.
Nunca te ha gustado compartir
-yo tampoco te compartiría,
amigo-,
a mi tampoco,
lo reconozco,
sin embargo,
todo lo mío era tuyo,
y todo lo tuyo era nuestro.
Nunca supiste patinar bien
pero sí encontrar el mejor sitio
donde hacerlo.
Nunca supe hacerte más feliz
de lo que tu me hiciste a mí,
y eso me entristece
pero también me reconforta.
Nunca dejarás de ser quien eres
siempre que yo te recuerde
como lo que siempre fuiste:
mi ángel.
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