lunes, 18 de mayo de 2015

Esa de allí soy yo.

Soy el niño travieso que siempre tropieza con la misma esquina de la misma mesa,
el que se ensucia mil veces las manos jugando en el barro seco
y duerme intranquilo porque mañana no podrá comer pasta mustia.

Soy ese blanco roto que da color a los manteles sangrientos de las bodas.
ese azul ridículo del mar dulce que se esconde entre dos valles rojos.
Soy alcohol en la herida del corazón vendado por los ojos negros,
arte en las galerías subterráneas por donde pasan trenes de bajo coste.
Soy miel salada en un enjambre de abejas muertas
y discos de vinilo en el año tres mil dos.
Soy verano cuando es invierno en el resto del mundo
y siempre voy nublada cuando la lluvia me quema los pies.
Soy un mago ciego que tiene miedo de no oír bien sus manos
cuando alguna pitonisa le echa las cartas
-a la cara-,
y duda entre esquivar picas, tréboles, rombos o corazones magullados.

Soy una cala musical porque me falta ser,
y allí tomo el sol mientras el viento se lleva el dolor.
Soy la pintura de una puerta oxidada a contrarreloj,
la respuesta entrecortada de un enamorado que habla por teléfono con el olvido,
el olor, el sabor y el tacto en un anciano con dientes de leche y orgullo de león.
Soy el negro infinito que nos muestran los párpados cuando el mundo se apaga
y la luz azabache que persigue a la sombra de Dios.

Soy esa que halla el consuelo en la libertad de los pájaros mutilados
y camina sobre una línea torcida a dos palmos de la vida y a uno de la muerte.

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