domingo, 10 de mayo de 2015

Las curvas del diablo.

Su boca era un avispero de sueños por cumplir
que al caer estallaba en dulces mariposas rojas.
Sus ojos aspiraban el mundo descalzo
-sí, lo aspiraban barriendo su dolor-
y realizaban un disparo certero entre mis cejas negras.
Su sonrisa provocaba la caída al vacío 
de las piedras de mi desfiladero,
prometiendo noches de cuidados enfermos y caricias de miel.
Sus manos eran magia en un niño incrédulo,
labios de bocas que buscan besarse sin hacerlo,
mar en las tímidas noches de invierno y café.
Sus dedos sabían leerme en braille,
y eso que yo estoy hecha de líneas.
Su cuerpo, la expulsión directa del infierno,
y el castigo de aquel que sabe que la luna
nunca entrará por el balcón de las mascotas muertas
ni valdrá como vicio en una reunión de escritores mancos.

Verla era pensar con la mano izquierda en misa
y esperar a que, lamiendo mis dedos,
sus páginas me pasaran a mí.

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