lunes, 25 de agosto de 2014

Humano ser.

Querida mamá:
¿Qué es la naturaleza sino algo inexorable, inapelable, intrínseco, irreal? Pobre hombre tener que partir de ella, pobre de él surgiendo de ella, madre, que mal te tratan tus hijos. Desagradecidos aquellos que piensan de tal manera y lo demuestran. Recelo por todo lo que envidian. Envidia que mata, por desgracia, al envidiado.
¡Ay mamá, tú que todo nos lo diste! Espero perdones a aquellos ilusos que no sabían que tu pérdida significaría perderse. Tú da, que ya ellos dañan, tú regala, que ya ellos te rebajan, tú vive, que ya ellos te matan. Luz de vientre materno, eclipse de vidas, amanecer, ¿qué te han hecho? ¿Qué te has hecho?
¡Ay madre, tú que concebiste tu propia condena, tú que perdiste todo lo que ansiabas, lo que amabas! Cómo fuiste capaz madre, de dejarte llevar por el amor, el amor al diablo.
                                                                                                  Tú me salvaste, casi yo.
Me presento, yo solo soy un pobre, un casi hombre que se encuentra en sus últimas, las de ella. Nunca me consideré un hombre en su perfección, ese término era demasiado imperfecto. Siempre fui el condenado, o el condenador.
Un día sentí una punzada en el pecho, era ella hablándome. Me tomé por loco, pero qué esperar de mí.
-¿Quién eres? –me atreví a decir.
-Soy todo cuanto te rodea, soy tus buenos días, tu tostada al desayunar, la risa en el recreo con tus amigos, el beso de antes de dormir.
Recuerdo que a partir de ese momento, empecé a llamarle mamá.

De nuevo, mamá:
Perdona por ser tan incipiente, pero cómo pudiste. Sentenciarte, así, sin más. ¡Pobre de ti, tú que diste la confianza a quien no se la ganó, tú que moviste cielo y tierra para que pudieran crecer, tú que los acunaste! Menuda traición.
Yo madre, tu único aliado, quien entendió tu sufrimiento, hoy te invito a la venganza, nuestra venganza. Volemos sus casas, hundamos sus sueños, evaporemos su desgana al cuidado. Invitemos a morir a quien te hizo sufrir.
¿Qué dices madre? No consigo escucharte. ¿Qué los perdone? Ya, sé que no saben lo que hacen. Pero es tarde, nunca podré llegar a tu templanza. Ven conmigo, ya luego me entiendes.
                                                                                                      De nuevo, casi yo.
Nos fuimos haciendo de sangre, ya no éramos madre e hijo, éramos uña y carne. Recuerdo el día en que le pedí consejo, se trataba de otro hombre, un hombre que parecía humilde, sin embargo, su fondo era invisible a los demás y yo, como cualquier ser insignificante, por ahora, no lo vi. Ella me ayudó, me retrató, como en una película, la vida de aquel hombre, sus lujurias, sus mentiras, sus destrozos. Creo que fue el momento en el que perdí la fe en la humanidad. Ya no podía confiar tan siquiera en los ángeles. Su destino, lo entenderéis más tarde.
Querida mamá:
Estoy cansado, esperando lo que más va a dolerme, y eso que ya estoy muerto. Verte entre las sombras, desvaneciéndote poco a poco, perdiendo tus pulmones, tus cimientos, tus más bellas curvas, dama de noche, ¿por qué acabar?
Sé que no eres tú, que soy yo, que no soy yo, que son ellos, pero son cosa mía. Yo que pude salvarte, dar todo de mí porque te quedaras, por que otros llegaran. Yo que fui culpable de tu muerte, de la mía, de la nuestra. Yo que anduve con pies de plomo por tus caderas, sin tambalearme. Yo que sentí tu llamada y te llamé mamá.
Perdóname, por haberte subordinado a quien quería acabar contigo, por no haberte dado la oportunidad de resurgir de tus cenizas, de las suyas más bien. Perdóname, nunca quise este triste final, pero estoy contigo, allí donde estemos, allí donde nos hayan llevado.
                                                                                                    Tu tormento, casi yo.
Iba sobrevolando Tailandia, con mis ya conocidos pies de plomo, cuando vi algo horrendo. Un hombre que estaba hablando con otro, comenzó a ponerse violento, pero no le hizo nada a su compañero, pese a que su enfado era con él, sino que se dirigió hacia uno de sus perros y lo estranguló. Me quedé totalmente anonadado, no se merecía ese pobre perro su final, de modo que pensé en cambiar algo, el mundo estaba manejado por la mayor bestia a la que se debía temer y eso era una condena.
Querida mamá:
Qué bella has sido siempre. Tu dulzura ha sido la que ha mantenido viva la esperanza de quien se había perdido, tu entrega la que dio la fuerza a quien pensó que todo acabó, tu belleza simplemente debió de haber tenido el suficiente poder para cambiar el mundo, pero no, eran demasiado idiotas.
Madre, hoy quiero rememorar lo que has sido. Todo hombre, por muy malo que fuese en la vida, tenía la dedicatoria de sus seres queridos: “Era un gran hombre” y asesinó a su canario. Ojalá la justicia existiese y todos juntos elevando sus manos pudiesen darte la energía que a ti te falta, tú te la mereces mucho más.
Has acunado la rabia de cada uno de los presentes, has soportado sus estallidos de mal humor, has sido el camino que no te llevaba a ninguna parte pero era seguro. Siempre estarás en mi corazón, en mi razón, o en qué se yo que todavía me quede.
                                                                                       Sangre de tu sangre, casi yo.
Cambié muchas cosas, castigué a todo aquel que hiciese el daño equivocado, al que temblase cada vez que oyera mi nombre e incluso al que permitió que el desconocido le pisase las flores. Me equivoqué, ahora lo sé, pero qué sabía yo. Mamá empezó a caer enferma, los días se volvieron grises y tras ellos nunca aparecía el arcoíris, estaría de viaje. Los árboles dejaron de crecer y el mundo dejó de respirar. Los volcanes se enfadaron muchísimo, hasta reventar, e incluso el sol, que siempre había sido protector, tuvo una batalla con la luna para ver quien helaba más. Pobre mamá, tan defensora de los suyos que moría por ellos, nunca mejor dicho. Viendo agotadas sus fuerzas, soltó un gran resoplido al mundo, que quedó recogido en un susurro del viento: siempre será presente y eso es lo único que nos queda.
Madre:
Esta es la última carta que te escribo. Has sido fuerte, has aguantando el paso de los años y de los daños, las fisiones nucleares, tus propios errores, los errores de tus errores. Sobre todo eso último.
Es la hora. La hora de llevarte de vuelta, de llevarnos de vuelta. Sigue el sendero por el que te guío. Perdóname por la traición, hay que saber arrimarse a los buenos árboles, no condenarse, te has equivocado conmigo, quizás yo también me haya equivocado conmigo. Casi me tuviste, casi me lograste, casi fui yo, pero no, mi trabajo es mi trabajo, mi no vida es mi no vida. De buena, ilógica.
¡Ay madre! No puedes fiarte de nadie. Yo seguiré mi camino, unas largas vacaciones, ya no habrá cabida para mí, pero y qué si es lo que siempre he deseado. Gracias por la confianza vana, te devuelvo mi puñalada, consérvala bien. Perderte significará perderme, aunque todo estaba determinado, desde el punto de partida en que el mundo es mundo y yo soy por fin yo.

                                                                                                 Atentamente, la muerte. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario