domingo, 1 de noviembre de 2015

Evidentemente cierto.

Ella sabía que el dulce no tenía por qué ser un sabor.
Que el blanco era negro y el gris, una tonalidad del marrón.

Ella sabía fingir perfectamente los orgasmos.

Ella sabía que una mirada a tiempo podía significar "quédate".
Por eso siempre caminaba mirando el suelo.

Ella tenía miedo.

Ella no sabía reconocer la paja en el pajar.
Solo sabía de agujas,
de lo que duelen
y te hacen sangrar.

Ella sabía que la duda la hacía más sabia
y, a la vez, más indefensa.

Ella (se) correría por toda la habitación en busca de ruido:
el que hacían mis nudillos al apoyarme en la pared.

Ella no sabe de bailes,
ni de aventura,
ni de despedidas,
pero la he visto bailar sumida en la aventura de abandonarme.

Ella lo sabe. Sabe absolutamente todo.
Y lo niega.

Ella es viento,
y si la olvidas,
te atraganta.

Ella es la sonrisa que se te queda al mirarla.
La que se preocupa de que no vuelva a sucederte
-ella no sucede,
ella te ocurre-.

Ella.

Ella no sabe que esto es un adiós firmado ante notario.
O puede que sí lo sepa.
Y lo niegue.

(Siempre lo niega.)

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